Aún recuerdo los nervios
que sentí al llegar a la primera Institución Educativa Especial que me acogió
cuando yo buscaba un rumbo de formación para mi pequeña hija. Antes de bajar de
mi vehículo, apareció fresca en mi mente la información que me dieron mis
maestros universitarios cuando me encontraba estudiando para ser maestra pero,
nunca hablamos sobre la inclusión escolar ni cómo educar a un estudiante con
alguna necesidad especial. ¡Lamenté muchas veces no contar con esa información
en mi lista de aprendizajes como maestra!
Hasta
ese entonces, siempre me encontraba a muy frágil y a poca distancia de rendirme
frente a cualquier intento de buscar un camino educativo escolar para Natalí.
Al
poco rato, llegó mi momento de entrar a la Institución Educativa. Yo miraba, al
transitar por el patio, con asombro los resultados del esfuerzo de maestros y
equipo profesional del Centro. Todos los rostros de los estudiantes mayores
mantenían viva mi esperanza de llegar a una meta. Así
que, me aventuré al primer día de clases.
Mi primer lugar favorito de la Escuela fue
una banca que había afuera de los salones de clase. Allí me encontré con
algunas madres; intercambiamos nuestros sentimientos de ansiedad,
incertidumbre, un poco de humor, consejos y ganas de salir adelante. “Que
valiosas mujeres”, recuerdo que pensé. Nos relajábamos juntas, nos alentábamos
juntas, nos entreteníamos.
“Vengan
señoras, acompáñenos a la clase”, nos interrumpió una maestra en nuestra
plática enriquecedora. Ya adentro del salón todas estábamos muy concentradas en
las indicaciones de la profesora. Entre cantos y dinámicas adaptadas a la edad
de nuestros hijos (Natalí tenía 6 meses de nacida), empezamos a aprender
divirtiéndonos. La maestra vocalizaba toda palabra de manera muy clara y con vocabulario
muy preciso pero, también usaba con mucho acierto el lenguaje de su cuerpo. Con
ese son maravilloso les enseñaba a nuestros niños a reconocer sonidos de
nuestra boca, a saludar, a despedirse, cómo aprender a hacerse amigos, etc.
DIA DE LOS ABUELOS EN FASINARM
Cada clase en ese Centro fue significativa, perdón si aquí solo mencionaré una. Creo que el espacio del que dispongo en este sitio no me alcanzaría para contar lo muy valioso que aprendimos las madres y los niños. Todo era importante: los momentos cívicos, los momentos de socialización, al igual que cada clase de terapia física, terapia de lenguaje e incluso nuestras terapias de psicología.
Apropósito de las terapias de psicología
para padres, son un tesoro inigualable para cuando uno está buscando dar los
primeros pasos en la ruta del bienestar de nuestros hijos y del hogar.
Aprender cantando, bailando, socializando y con amor, así podría resurmir todo el proceso de aprendizaje. Natalí hoy ya tiene casi 10 años de edad y aún mantengo ese ritmo de aprendizaje con éxito (lúdico).
Gracias a todos esos profesionales que me guiaron a mí en mis momentos de debilidad para fortalecer lo más profundo de mi ser. Sus conocimientos, sus sonrisas, la cordialidad y el ánimo brindado nos ayudaron a todos a comprender el camino de la inclusión educativa.